viernes, 27 de abril de 2012

El paso del tiempo: 2 años cuánto son, ¿mucho o poco? (Lecciones de vida: la felicidad y el aprendizaje con niños)


Dos años... ¡Cómo pasa el tiempo! Sueno a vieja chocha de frases manidas, lo sé, pero es que... ¡Cuánta razón tenían las personas mayores cuando nos decían de niños que el tiempo pasa volando y que hay que aprovecharlo, que de joven uno no se da cuenta pero luego todo pasa a la velocidad del rayo! En algún lugar escuché, no sé si en el programa Redes de Eduard Punset o en algún artículo de Muy Interesante, que de hecho la percepción del tiempo se acorta cuando envejecemos por un tema puramente físico: tenemo menos neuronas. Pero yo creo que tiene mucho que ver con la multitud de cosas que hacemos los adultos, muchas de ellas seguramente inútiles o no tan importantes como nos pensamos, y con la rutina también, de algún modo. Porque recuerdo perfectamente como el Erasmus de 6 meses fue una de las experiencias más intensas de mi vida y me parecieron muchos, muchísimos más meses por la intensidad de las emociones, las relaciones, los descubrimientos. En un día cabían por lo menos tres o cuatro jornadas enteras de estudios, amistades, turismo, fiestas, paseos y conversaciones. Así que supongo, y esta es una teoría propia, que la rutina o la novedad del descubrimiento constante y la pasión o el desapasionamiento con que hacemos las cosas tiene también algo que ver en la pesonal percepción del tiempo que tenemos.

El caso es que Pol e Izan van a cumplir sus dos años muy pronto y estos días la nueva actividad estrella de la casa es cantar el cumpleaños feliz en español, francés y catalán y soplar dos velas. Hay que decir que con los días vamos mejorando: ya soplan apuntando la dirección y con menos babas y más aire. Todo es cuestión de práctica. Y si además es divertido, ¿qué más queremos? Es impresionante observar con qué ilusión los niños lo hacen todo, ese es parte de su truco. Como dijeron hace poco en un curso de la guardería, los niños han venido al mundo con dos objetivos: primero y ante todo, ser felices. Y segundo, aprender, aprender, aprender.

Así que me dejo contagiar de su espíritu y canto a pleno pulmón desafinando mucho. Aplaudo eufórica incluso la décima vez que apagan las velas con sus soplidos y vuelvo a empezar. De hecho, tener hijos y observarlos y disfrutar de pequeños momentos con ellos como estos son impagables, sobretodo en esta era de la difícil conciliación (no os preocupéis que no insistiré más en el tema por hoy, pero ahí lo dejo, una semillita para otro día), un lujo que recomendaría a quién quiera aprender a aprovechar la vida al máximo y a ser feliz. Francamente, yo hago lo que puedo, les educo, les quiero, les cuido, les explico, les riño... Pero quines de verdad nos dan lecciones vitales cada día son nuestros hijos a los padres. No me explico cómo lo hacía antes de conocerles, pero para ellos que sólo llevan dos años en el mundo, ¡parece todo tan sencillo!

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